miércoles, 6 de abril de 2011

Audioperceptiva en el siglo XXI... preguntas necesarias

Por el profesor Carlos Ravina
Titular de Formación Musical II y III, Ensamble Clásico y Audioperceptiva I de la TSI

De aquella Teoría y Solfeo, que para el modernismo constituyó una eficaz herramienta de formación musical, algunos de cuyos logros ¡hoy no logramos duplicar!, pasamos hacia las ultimas décadas del siglo pasado a Audioperceptiva y, en algunas casas de estudio de avanzada, agregamos Solfeo Moderno con la esperanza de que la revolución didáctica a que quedó reducida esa propuesta pudiera ofrecer lo que está fuera de su alcance otorgar.
¿Cuántas son las personas nacidas desde mediados del siglo XX que realmente han experimentado una legítima articulación entre sus estudios de Audioperceptiva y los avatares de su itinerario profesional sobre el escenario?
¿Podemos tener la pretensión de saber qué enseñar antes de conocer a las personas con las que necesariamente inauguraremos un vínculo intransferible, tanto en la dimensión grupal como en la interpersonal uno-a-uno? Transmitir un legado cultural es el imperativo social sobre el que se basa la educación, pero esa es una intencionalidad muy diferente a la de pretender saber de antemano qué es necesario enseñar para lograrlo. Si determinada selección de contenidos se llegara a constituir en un obstáculo para la necesidad de autoconciencia de mis alumnos ¿no debiera inclinar mi elección en beneficio de esta última?
¿Acaso las manifestaciones de lo social y de lo individual que los alumnos testimonian u ocultan como problemáticas, no nos están alertando sobre su malestar en una cultura cuyos indicios pueden resultarnos indescifrables si sólo apelamos a lo ya naturalizado?
¿Acaso el acto docente puede aspirar a legitimidad alguna si no está deliberadamente inscripto en una conciencia de la Historia, respeto que debería suscitar y hospedar una hermenéutica de sí de cada sujeto?
¿Acaso el anquilosamiento del capital cultural preservado al interior de las escuelas de música argentinas, no está reforzando un habitus que se resiste hoy mismo a toda revisión? ¿No lo atestiguan así los escuálidos logros epistemológicos volcados en los nuevos diseños para los profesorados de música de la provincia de Córdoba después del intenso foro impulsado por la DGES?
¿Acaso no hay una ética que nos insta a destrabar el cepo que lo burocrático-administrativo aplica como control social para la supervivencia de prácticas que siguen promoviendo la comodidad de la repetición de lo conocido? ¿No es ello una reacción a lo desconocido que así obtura el pensamiento en lugar de suscitar el ejercicio de una imaginación radical?
¿Acaso las prácticas de acreditación vigentes son algo más que ritos de pasaje que no necesariamente garantizan la verificación de un saber apropiado por el alumno? ¿Parciales y finales son algo más que la formalización de un pacto social que tranquiliza a alumnos, docentes y al sistema educativo en que estamos inscriptos?
¿Por qué no privilegiar en su lugar la interpelación del sujeto que desea aprender, combinada con una permanente práctica de la devolución, montada ésta sobre el diálogo con el alumno y con el grupo, considerando a la autoevaluación una instancia fundante de la posibilidad de aprender?