viernes, 9 de septiembre de 2011

¿Pensamiento musical?

Por el profesor Carlos Ravina

Sí, pensamiento musical. Sabemos que eso que llamamos música implica el uso de un lenguaje específico y también sabemos que las obras musicales son discursos.
Fenomenológicamente, en el cuerpo que somos, respondemos al estímulo musical con sensaciones de pulsación, acentuación, aceleración y desaceleración, impulso, detención, ascenso, descenso, sensaciones de paseo por las regiones agudas, por las graves, y todo lo que está entre ellas, sensación de meseta en cualquiera de esos puntos, exacerbación, distensión, expansión y contracción, espacialidad, certidumbre, incertidumbre, conclusión, suspenso; percibiendo muchas veces combinaciones de sonidos que nos parecen comportarse como personajes (aparecen, desaparecen, se repiten, se presentan disfrazadas, se metamorfosean, se entrelazan, se trenzan en discordia…).
En el plano conceptual hablamos de  planos, alturas, intensidades, densidades, timbres, articulaciones, permanencia, cambio, variación, retorno, contrastes o gradualidades, secuencia, congruencia o disrupción, continuidad y discontinuidad, intercalación, secciones, motivos, frases, desarrollo, cadencias…, para mencionar sólo algunas de las configuraciones más obvias de una amplísima colección de ellas.
El músico juega con todo ello y poder pensarlo es imperativo, tanto como lo es tomar conciencia de cada movimiento interno que ese juego suscita en nosotros al hacer música. Porque recién se es intérprete cuando se es capaz de administrar todo ello deliberadamente.
El pensamiento musical interviene precisamente en la capacidad de crear, discernir, y administrar todos esos fenómenos, tanto en sus dimensiones físicas como en sus representaciones psicológicas, tanto en su sustrato corporal como en las emociones que se le asocian, y tanto en su carácter de estímulo como en su condición de lenguaje, es decir, de enunciados proposicionales construidos según la lógica que dota de sentidos a esos fenómenos cuando se los combina para producir un discurso.
La fascinación de abandonarse corporalmente al acto musical, o a esa creación de un sonido en particular, o a ese instante en que el lápiz plasma en la partitura lo que se está generando, o en la certeza de haber ensamblado maravillosamente el propio acto sonoro con el de los restantes músicos que comparten ese segundo perfecto, o al despliegue de una improvisación que nos toma por sorpresa a nosotros mismos, o al gesto exacto con que era necesario dirigir a la orquesta o al coro, o al acontecimiento único de modular un matiz vocal mientras el universo se detiene para escucharlo, todo ello tiene que ver con pensamientos musicales.
Aprender el oficio de lograr esas y todas las demás artes del músico tiene entonces que ver con pensamientos musicales.
¿No será que conocer las intimidades del pensamiento musical también es parte de los aprendizajes que los maestros debemos acompañar?

* El profesor Carlos Ravina es profesor titular de las cátedras Formación Musical General II - III, Práctica Vocal e Instrumental II - III, Audioperceptiva I y Ensamble Clásico de la TSI