Por el Profesor Carlos Ravina*
Del “al-bana” árabe,
“constructor”, heredamos “albañil”, ese que pedía la protección de los Cuatro
Santos Coronados que figuran destacados en los Estatutos de los Picapedreros
medievales y en cuanto espacio físico podían entronizarlos esculpidos en piedra.
Y la pedía porque al igual que un maestro, sabía muy bien que no vería su obra
terminada. Su obra era una catedral completa, no su porción (apenas un
pedestal, una pechina, un arbotante) y una catedral completa insumía siglos; en
el mejor de los casos, siempre más años que los que le quedaban de vida al que
la había iniciado.
¿En qué estado de conciencia
reflexiva vive un creador (y un albañil lo es) que se sabe autor de un
resultado que lo sobrevivirá por siglos o que está a cargo de garantizar la
culminación de una herencia de siglos? ¿En qué estado de conciencia reflexiva vive
un creador que se sabe parte necesaria de un colectivo, configuración
mancomunada insoslayable si lo que se desea es ser autores de algo más
abarcativo que el propio ombligo?
Estamos viviendo en una
jungla palabrera, una especie de atmósfera de gaseosa consistencia en la que
serpentean vertiginosamente toda clase de enunciados restringidos a 140
caracteres...
¿En qué estado de conciencia
reflexiva vive una persona cuyo límite para la enunciación es 140 caracteres?
¿Será cierto eso de que un tweet es un breve estallido de
información inconsistente?
Y vos que sos docente,
¿podrás combatir ese narcisismo que le exige a tus alumnos que sean una
culminación cuando apenas estás siendo testigo de una compleja tarea de
apropiación reflexiva de otro y que le llevará toda una vida?
Para ser maestro, la cultura
tweet no sirve tal como la
idolatramos hoy.
*Carlos Ravina es profesor titular de Psicología y Educación (PM), Ensamble clásico (TSI), Taller de Lenguaje Musical (TSI) y Audioperceptiva I (TSI)
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