por Victoria Barturen*
Observamos, en la segunda
entrega, la mirada de Cristina Corea y las bondades de encontrarnos
sinceramente con los otros.
En esta entrega veremos
quiénes son los outsiders, qué es lo que sucede con los estereotipos y los
procesos de etiquetamiento, y cómo estos procesos se vuelven práctica común en los distintos
espacios de la docencia.
Los
outsiders
“Nombrar no
es jamás una operación inocente; sobre todo, si el poder de nominación
emana de una instancia jerárquica superior, de una figura legitimada y autorizada
socialmente, como lo es el docente.”
Carina
Kaplan.
La
modernidad en que vivimos, condena, etiqueta, agrupa, califica, reprime. Cada
uno tiene su lugar. No está en la misma posición quien es un ente que consume
de quién no lo es, por falta de recursos, o por rebeldía. Hay un afuera y un
adentro, igual que en una institución, igual que en un colectivo de aprendizaje
o cualquier grupo social. En la sociedad, la fuerza policial –entre otras- es
la que media y ordena entre los poderosos y el pueblo. En una institución puede
ser el Director, puede ser el profesor, puede ser el Estado mismo quien decida
abandonar a un alumno, por los más diversos motivos, pero principalmente por
falta de idea, falta de interés, impotencia.
“Un maestro
podría decir: el problema es la violencia, la pobreza, el desinterés, la
inseguridad, la desatención de los chicos y el abandono de los padres (…) pero,
en verdad, su problema (…) se palpa en la sensación de angustia o impotencia
que le provoca.”
Silvia
Duschatzky.
La Lic. Silvia Duschatzky dice que un maestro no se choca
realmente con “la violencia”, con lo que se choca es con un modo de ser que lo
distancia, lo encierra, lo perturba y lo amenaza. Sin embargo, también lo pone
en actitud de exploración de nuevos acercamientos.
En “Brisas”, José Narosky escribe: "Frente a las
dificultades, algunos frenan su avance. Pero otros, redoblan su impulso".
De esto se trata la errancia,
no en un deambular inerte sino en una disposición activa a tomar lo que irrumpe
y agenciar algo en torno de eso. Duschatzky lo ejemplifica con el registro de
situaciones en las cuales distintos maestros encuentran la oportunidad en la
crisis, desarrollando prácticas educativas alternativas.
Otra mirada a la que podemos apelar es la que subyace al
concepto de interaccionismo simbólico. George Mead habla acerca de un mi que surge de las exigencias de roles
de los demás y un yo que aportamos
nosotros mismos. Como solemos responder a las demandas de rol para no generar
disrupciones, nos vamos configurando, en buena medida, como lo que los otros
demandan que seamos.
Esta idea resulta muy interesante si pensamos en el libro
de Howard Becker “Outsiders”, los sujetos a los que la sociedad estigmatiza
desde el “no te juntes” hasta la imposibilidad de llevar una actividad
competitiva en la vida cotidiana, sujetos a los que se les condiciona una
carrera conforme a la estigmatización. Denis Chapman en su libro “Sociología y el estereotipo del criminal”, esclarece
cómo se seleccionan sujetos para criminalizar conforme a estereotipos y cómo el
portador de la etiqueta va asumiendo ese personaje, como su mi se vuelve aquello que los otros ven.
Estas
ideas se asocian fácilmente con la función preformativa del lenguaje. El
enunciado preformativo es aquel que por su propia enunciación es un acto con
consecuencias materiales en la realidad. La Dra. en Antropología Rosana Guber
explica cómo esta función suele activarse en tipificaciones sociales del tipo
“judío”, “villero” o “boliviano”. Al expresarlos sobre un sujeto, se lo
constituye instantáneamente con atributos que lo ubican en una posición
estigmatizada.
Son
estos entramados lingüísticos los que debemos conocer para advertirlos como
malestares que pueden condicionar a nuestros alumnos y a los que debemos evitar
aludir en acciones que resulten negativas para el colectivo de aprendizaje.
Una
de las mayores violencias simbólicas cometidas contra los pueblos originarios,
ha sido la de universalizarlos a todos bajo una expresión que ni siquiera los
identifica: “indígenas”.
El
artículo del poeta Oscar Fariña “Orgulloso de ser hijo de una mucama
paraguaya”, publicado el 14 de Abril en el diario Clarín, describe otro claro
ejemplo. Su madre paraguaya tenía un puesto administrativo cómodo en su país
natal. Nunca consiguió un puesto similar en tierras argentinas, y aunque la
excusa eran los papeles, creo que el etiquetamiento es particularmente obvio.
En nuestro país –aunque cada vez es mayor el interés por la igualdad y el
respeto por la diversidad social-, una “paraguaya” no puede hacer mucho más que
limpiar una casa o cuidar chicos, creo que es a eso a lo que alude el título
del texto. El hijo y autor del texto, fue excluido de ser parte de una nación
en la que crecía, cuando autoridades del colegio al que asistía le propusieron
no realizar el juramento a la bandera. Al ver a su compañero boliviano
realizarla, sintió un malestar tal que lo llevó al desmayo.
Esto
es violencia simbólica, esto es lo que debemos reconocer y destituir de
nuestras escuelas, pero no debemos quedarnos simplemente allí. Ante un grupo
que presente rasgos propios de estigmatización, tenemos que animarnos a ahondar
sobre una realidad que no nos haya tocado de cerca antes, y hacerlo con
compromiso y seriedad, para que las clases que demos los interpelen. La charla
de la novelista Chimamanda Adichie, “El peligro de una sola historia”[1], echa luz sobre los errores que cometemos al creer que
conocemos una realidad, cuando, en rigor de la verdad, sólo tenemos información
fragmentada de tan sólo un costado de esa realidad, equívoco y, a veces, falaz.
Es una invitación a hacernos cargo de la manera en que abordamos ciertas
realidades.
*Victoria es alumna del 3er año del Profesorado de Música de Collegium.
No hay comentarios:
Publicar un comentario