miércoles, 4 de julio de 2012

¿Qué realidades condicionan la gestión de un colectivo de pares en situación de aprendizaje? -entrega 3/8-

por Victoria Barturen*

Observamos, en la segunda entrega, la mirada de Cristina Corea y las bondades de encontrarnos sinceramente con los otros.
En esta entrega veremos quiénes son los outsiders, qué es lo que sucede con los estereotipos y los procesos de etiquetamiento, y cómo estos procesos  se vuelven práctica común en los distintos espacios de la docencia.

Los outsiders

“Nombrar no es jamás una operación inocente; sobre todo, si el poder de nominación emana de una instancia jerárquica superior, de una figura legitimada y autorizada socialmente, como lo es el docente.”
Carina Kaplan.

La modernidad en que vivimos, condena, etiqueta, agrupa, califica, reprime. Cada uno tiene su lugar. No está en la misma posición quien es un ente que consume de quién no lo es, por falta de recursos, o por rebeldía. Hay un afuera y un adentro, igual que en una institución, igual que en un colectivo de aprendizaje o cualquier grupo social. En la sociedad, la fuerza policial –entre otras- es la que media y ordena entre los poderosos y el pueblo. En una institución puede ser el Director, puede ser el profesor, puede ser el Estado mismo quien decida abandonar a un alumno, por los más diversos motivos, pero principalmente por falta de idea, falta de interés, impotencia.

“Un maestro podría decir: el problema es la violencia, la pobreza, el desinterés, la inseguridad, la desatención de los chicos y el abandono de los padres (…) pero, en verdad, su problema (…) se palpa en la sensación de angustia o impotencia que le provoca.”
Silvia Duschatzky.

La Lic. Silvia Duschatzky dice que un maestro no se choca realmente con “la violencia”, con lo que se choca es con un modo de ser que lo distancia, lo encierra, lo perturba y lo amenaza. Sin embargo, también lo pone en actitud de exploración de nuevos acercamientos.
En “Brisas”, José Narosky escribe: "Frente a las dificultades, algunos frenan su avance. Pero otros, redoblan su impulso".
De esto se trata la errancia, no en un deambular inerte sino en una disposición activa a tomar lo que irrumpe y agenciar algo en torno de eso. Duschatzky lo ejemplifica con el registro de situaciones en las cuales distintos maestros encuentran la oportunidad en la crisis, desarrollando prácticas educativas alternativas.
Otra mirada a la que podemos apelar es la que subyace al concepto de interaccionismo simbólico. George Mead habla acerca de un mi que surge de las exigencias de roles de los demás y un yo que aportamos nosotros mismos. Como solemos responder a las demandas de rol para no generar disrupciones, nos vamos configurando, en buena medida, como lo que los otros demandan que seamos.
Esta idea resulta muy interesante si pensamos en el libro de Howard Becker “Outsiders”, los sujetos a los que la sociedad estigmatiza desde el “no te juntes” hasta la imposibilidad de llevar una actividad competitiva en la vida cotidiana, sujetos a los que se les condiciona una carrera conforme a la estigmatización. Denis Chapman en su libro “Sociología y el estereotipo del criminal”, esclarece cómo se seleccionan sujetos para criminalizar conforme a estereotipos y cómo el portador de la etiqueta va asumiendo ese personaje, como su mi se vuelve aquello que los otros ven.
Estas ideas se asocian fácilmente con la función preformativa del lenguaje. El enunciado preformativo es aquel que por su propia enunciación es un acto con consecuencias materiales en la realidad. La Dra. en Antropología Rosana Guber explica cómo esta función suele activarse en tipificaciones sociales del tipo “judío”, “villero” o “boliviano”. Al expresarlos sobre un sujeto, se lo constituye instantáneamente con atributos que lo ubican en una posición estigmatizada.
Son estos entramados lingüísticos los que debemos conocer para advertirlos como malestares que pueden condicionar a nuestros alumnos y a los que debemos evitar aludir en acciones que resulten negativas para el colectivo de aprendizaje.
Una de las mayores violencias simbólicas cometidas contra los pueblos originarios, ha sido la de universalizarlos a todos bajo una expresión que ni siquiera los identifica: “indígenas”.
El artículo del poeta Oscar Fariña “Orgulloso de ser hijo de una mucama paraguaya”, publicado el 14 de Abril en el diario Clarín, describe otro claro ejemplo. Su madre paraguaya tenía un puesto administrativo cómodo en su país natal. Nunca consiguió un puesto similar en tierras argentinas, y aunque la excusa eran los papeles, creo que el etiquetamiento es particularmente obvio. En nuestro país –aunque cada vez es mayor el interés por la igualdad y el respeto por la diversidad social-, una “paraguaya” no puede hacer mucho más que limpiar una casa o cuidar chicos, creo que es a eso a lo que alude el título del texto. El hijo y autor del texto, fue excluido de ser parte de una nación en la que crecía, cuando autoridades del colegio al que asistía le propusieron no realizar el juramento a la bandera. Al ver a su compañero boliviano realizarla, sintió un malestar tal que lo llevó al desmayo.
Esto es violencia simbólica, esto es lo que debemos reconocer y destituir de nuestras escuelas, pero no debemos quedarnos simplemente allí. Ante un grupo que presente rasgos propios de estigmatización, tenemos que animarnos a ahondar sobre una realidad que no nos haya tocado de cerca antes, y hacerlo con compromiso y seriedad, para que las clases que demos los interpelen. La charla de la novelista Chimamanda Adichie, “El peligro de una sola historia”[1], echa luz sobre los errores que cometemos al creer que conocemos una realidad, cuando, en rigor de la verdad, sólo tenemos información fragmentada de tan sólo un costado de esa realidad, equívoco y, a veces, falaz. Es una invitación a hacernos cargo de la manera en que abordamos ciertas realidades.




*Victoria es alumna del 3er año del Profesorado de Música de Collegium.

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